Es verdad. Tiene que ser verdad. Al menos ahora estoy firmemente convencido de que al último de los Buendía se lo llevó un ejército de hormigas. Es más, seguro que esas hormigas eran amarillas, chiquiticas y muertas de hambre. En otras palabras, eran de la misma especie que desde hace algunos meses se instaló en mi casa.
Su llegada la asocié a un acontecimiento cíclico y pasajero como es la llegada de las lluvias. Pero transcurren los días, las semanas y los meses, y lejos de marcharse, los encuentros con ejércitos de hormigas son más frecuentes. Lo que se inició con un despreocupado "mi amor, hay hormigas en la azucarera" se ha convertido en una sádica persecución en la que participa toda la familia con pañitos húmedos, insecticidas, vinagre, ácido sulfúrico y —desde hace poco tiempo— un lanzallamas de segunda mano.
He llegado a un punto de despotricar de la formación que en la Escuela de Biología recibimos mi esposa y yo, porque no puede ser que después de largos años de estudio a uno no le enseñen cómo desembarazarse de tan insoportables animales. ¿De qué sirve saber que pertenecen a la orden Arthropoda, clase Insecta, subclase Pterygota y familia Formiciidae, si debes soportar su presencia en toda la casa y en todo momento?
Han hecho nidos en un rollo de fotografía, en la cocina, en una caja de Maizina, en varios tomacorrientes, detrás de la nevera y seguramente en miles de lugares que aún no he descubierto. Su apetito es incontrolable y balanceado. Estas no son hormigas que comen solamente dulces. Nooooo. Si así fuera, la solución sería predecible. Su dieta incluye: carnes —rojas y blancas—, arroz, pasta, aceite puro de maíz de Bs. 830 el litro, cereales, yogurt, agua —mucha agua—, galletas y tortas, frutas, y los normales componentes de una alimentación saludable de una hormiga, es decir, gusanos, cucarachas y saltamontes.
Tenía referencia de hormigas voraces propias de la selva amazónica. Pero nadie me había dicho que en un edificio de un respetable pueblo, con calles asfaltadas y donde están instaladas varias industrias, iba a tener de huéspedes a animales tan irreverentes. Ojo: aun siendo caraqueño, no acepto comentarios malsanos acerca de que Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra. Mucho respeto con San Joaquín.
Pero lo más insólito fue que les dio por morder cada noche a todos los habitantes de la casa, especialmente a Vanessa, mi hija de 4 años. Nuestro estado de pánico es tal que, ante la inminente llegada de un bebé, hemos colocado las patas de la cuna dentro de recipientes con agua. Estamos seguros de que la segunda cría no tendrá rabo de cochino como el Buendía, por lo menos no se ve en el ecosonograma, pero quién quita que nos despertemos a las 3 de la mañana —hora en la que ocurren todos los graves sucesos nocturnos— y veamos a un millardo de seres de seis patas paseando al recién llegado desde el cuarto hacia la cocina.
Si algún lector siente compasión por esta desesperada familia, agradezco que envíe cualquier recomendación. No importa que el remedio sólo se consiga en Liberia, si hay que pagarlo en dólares, o si se trata de menjurjes y pócimas. Sugieran algo pronto porque el lanzallamas no las controla.
Como diria el filósofo Charlie García: "no me banco a las hormigas, por favor pasame el Raid".
6 de septiembre, 1996.